12 jun 2009

Lo que vio.


Había marcado su juventud, con sus ojos. Era ella con otras más pero como ninguna otra. Única. Y a él, lo convirtió en tigre. Aunque él ya era uno, pero con ella era dos.


Los conocí bien sin saber quienes son, y ellos no saben de mí. O al menos eso creo.


Pero en el reflejo, a veces, nos encontramos. Los tres, los cuatro, hasta los cinco. Según cuantos sean.


De ella aprendo. A ella temo. A veces. Es que es tan profunda. Si tú la vieras como él la vio, verías mucho más allá.


Él aprende de ella aunque ella no quiere saber nada de él. Al menos , creo que eso vio.


La sigue en todas sus andanzas, sus descubrimientos devienen los de él y juntos cruzan selvas y nubes. Él la mira y ella también.

De pronto, ella, de tanto mirarse, olvidó que él estaba ahí, para ella, para ellas. Y él le pidió que lo mirara, pero nada pasó.


Ella seguía mirándose en sus reflejos, en las otras, porque ella era con otras pero como ninguna otra.

Entonces, el tiempo pasa y lo que viene a nadie le interesa.
Salvo a mí, que quedo pegada a la última escena, donde se separan hasta la próxima función.

Si me quedo un poco más, ellos volverán a verme mirarlos como tantas otras veces. Pero esta vez, puedo elegir el final, puedo ser cualquiera de ellos, de todos ellos.


Dependerá de qué es lo que quiero que ellos vean de mí.

La pantalla se acerca o se aleja.

En realidad es la imagen.

En realidad es la imaginación.

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