30 sept 2008

Ancla

"Un ancla o áncora es un instrumento náutico que permite a un barco fijar su posición en el mar sin tener que preocuparse de la corriente".

Nuestras anclas son muchas y, a menudo, están donde menos lo imaginamos. No las vemos porque no son obvias...y, sin embargo, son tan necesarias.

Anclarse al pasado puede ser usado cuando hay una gran falta de esperanza en el futuro o de confianza...no sé qué opinaría Wilber.

Aún así, nos da una oportunidad para recordar que la esperanza es ilusoria. El pasado no.

Por eso el anclaje debe ser usado con destreza y responsabilidad, asegurándonos que la emoción sea lo suficientemente sólida y positiva para permitirnos un descanso en medio de las tormentas...luego volvemos a navegar libre...mente.

22 sept 2008

La Escuelita de Quilipín


Ahí fue donde me tocó pasar este 18 de septiembre. Bueno, no es que haya estado realmente ahí, en la escuelita, pero fue como si estuviera. Porque cuando uno conversa con la Tía Rosa, antigua profesora y directora de la escuelita de Quilipín, ella te cuenta y te transporta, y hace como si uno estuviera sentado en los añosos banquitos de madera oscura, bajo el sopor de olores primaverales del romero y de la menta, admirando la dulzura y dedicación de esa maestra de escuelita rural de Quilipín, a 6 Km. de Yerbas Buenas.


Delgada pero firme, austera en su vestir, no se puede decir que sea una mujer hermosa y, sin embargo, su mirada profunda, confiada y azul cautiva a los niños que asisten a su clase de historia de Chile. Deviene una mujer transparente y protectora. Ella nos habla de héroes, de amores y pasiones mientras los combates navales y los acuerdos internacionales desfilan por su mirada para adentrarse en la imaginación de las cabecitas morenas bajo el sol, algunas trenzadas minuciosamente, otras engominadas correctamente por la mamá, cuando hay una mamá.


Ella los recuerda, a esos niños y a esos días llenos de magia y sencillez, cuando recorría, al igual que sus niños, los 18 Km., desde Linares para llegar a dedo o a pie hasta la humilde escuelita. Y es que era muy importante llegar a la escuela porque los valores y la educación no pueden esperar, así como tampoco el frugal alimento que recibían diariamente los niños. A veces llegaban tarde, pero llegaban porque ahí había leche, pan y cariño. Con eso, ella se sentía satisfecha, labor cumplida...al menos, eso creí.

Ay, amiga Pity, si supiera los ojos que ella puso cuando le pregunté por la búsqueda del reconocimiento social...
- “¡Pero, si todos queremos ser reconocidos! ¿Acaso, usted, no le importa?” le dije, con vehemencia, a la Tía Rosa.
-“Claro que sí, pero yo sólo sé distinguir la lealtad...”, fue su respuesta. Y agregó, muy cuidadosamente, “Es que, al Chileno, ¡le cuesta tanto recibir ordenes!; le gusta hacer lo que él quiere, algo así como los niños cuando juegan”.
- “No entiendo, o sea, creo que a todos nos gusta demostrar que sabemos o podemos hacer algo. Y, supongo, que a todos nos gusta que los demás lo aprecien, como cuando sus alumnos sacaban buenas notas...además no comprendo qué tiene que ver la lealtad con todo esto”.
- “Entonces, si quieres crecer, debes darte el tiempo de pensar y buscar respuestas con apertura y sencillez, depende de ti...”

A ver mi cara de pregunta, ella agregó con pasión, “Al Chileno, verás, no le gusta recibir órdenes, eso ocurre por falta de auto estima, y suele confundir la fortaleza con la soberbia. Mi trabajo, antes de jubilarme, consistía en enseñar la diferencia.

Una vez, la municipalidad me dio la oportunidad de elegir y recomendar a algunas personas de mi escuela, cuando yo ya era directora, para realizar unos trabajos remunerados. Era un sueldo bastante tentador.

Entonces, una señora conocida del alcalde de esa época, me pidió que recomendara a sus dos hijas quienes tenían estudios más avanzados que mis niños que salían de cuarto medio, esas jóvenes me dejarían muy bien parada frente al alcalde y frente a la comunidad. Yo tendría el reconocimiento del cual me hablas.

Tuve que pensarlo dos veces ya que, para la sociedad y para mi reconocimiento, esas niñas eran las candidatas adecuadas para el trabajo. Sin embargo, pensé en los míos, pensé que ellos sí necesitaban el trabajo. Pensé que si no les doy la oportunidad, podrían convertirse en delincuentes y terminar robando animales”.

- “Ah, bueno, eso parece sensato...”

- “En realidad, no lo es tanto, y ahí está la magia de la fortaleza...Una maestra confía en sus niños y antepone su confianza formadora por sobre las posibles conveniencias del qué dirán o de las amistades...Primero, está la gente mía, la gente pobre que necesitaba trabajar, aquellos que habían terminado el cuarto medio con esfuerzo, los que quisieron aprender sin miedo a obedecerme, ellos confiaron en mí y yo en la educación que les di, sin espacio para la soberbia. Tuve que ser honesta, aunque no les estuviera dando el gusto a los jefes o a sus amistades. Recomendé a mis mejores alumnos...”

-“¿Y, qué pasó? Es decir, ¿cumplieron con los trabajos, ellos fueron productivos? ¿Dio buenos resultados?”

- “Los mejores resultados del mundo. Ellos aprendieron la lealtad”.

A lo lejos, un guitarreo lánguido despide el sol Linarense, con orgullo y agradecimiento.

1 sept 2008

¡Hágase la luz!







"¡Cuéntame una leyenda papá!" me pidió José Joaquín en una de aquellas típicas noches antes de dormir. Como otras tantas veces (por no decir todas) tuve que improvisar y esto fue lo que salió:



Su castillo parecía inexpugnable. Nadie tampoco habría osado desafiar al rey. Sus súbditos lo percibían y respetaban como el ganador de mil batallas, el fiel heredero de una antigua familia que a lo largo de varias generaciones había erigido un respetable imperio.

Desde sus altos murallones y torres era posible divisar hasta las más lejanas comarcas. Nada escapaba de su vista y de su control. Bueno, al menos en apariencia. Y es que rumores había, por cierto. Sólo que nadie se aventuraba a corroborarlos.

En ocasiones al interior de la fortaleza se escuchaban alaridos , ruidos extraños que infundían temor. También al propio rey. Pero, claro, afuera eso no se sabía. El propio monarca no conocía del todo aquel gigante lleno de recovecos y habitaciones que alguien pudiera haberse imaginado siquiera que existieran.

El rey no podía decirlo pero su temor iba en aumento. Ya no era cosa de su imaginación. Tenía que hacerse cargo del problema, pero no solo. Apremiado por las circunstancias decidió ceder ante uno de sus súbditos de mayor confianza, a quien le pidió que lo acompañara.

- ¿Con qué tipo de armas? ¿Cuántos guardias mando llamar su majestad? le respondió

- Nada de eso dijo el rey. Creo que sólo será necesario traer una vela.

Y así, entonces, abrieron una antigua puerta que parecía haber estado sellada por años , siguiendo la dirección desde la cual parecían provenir los ruidos. Empezaron a bajar y a bajar, cada vez más lejos. Paso a paso.

Su respiración se agitaba, empezaba a transpirar. Sólo quería salir corriendo. Los gritos parecían ensordecedores. ¿Acaso habría prisioneros allá abajo? Pero si fuera así ¿Cómo no habría de saberlo? A estas alturas ya no importaba. No podía dar marcha atrás. Su dominio debía ser total o si no ¿Qué sentido tendría ser rey?

Finalmente el gobernante llegó hasta una puerta detrás de la cual parecían provenir los gritos. Ahí estaba junto a su acompañanante, presto y decidido a dar el paso final, sin espadas, guardias ni armaduras. Sólo con su vela y lleno de valor.

Respiró profundamente y la puerta pareció abrirse sola. Ante sus ojos aparecieron cientos de velas ¿Pero cómo? se preguntaba. Después observó con más calma y se dio cuenta que en el lugar había igual cantidad de espejos.

- ¡Tranquilo majestad! , dijo el vasallo, es sólo el reflejo de vuestra propia imagen.

Y a medida que sus ojos se acostumbraban a aquel sitio ,notó el rey que su figura también se reflejaba en aquellos espejos pero ...deforme. En cada uno de ellos se veía distinto. En algunos delgado, en otros gordo, con su cabeza grande , pequeña, etc.

- ¿Pero en dónde estoy yo? se preguntó el rey

- En todos le respondió su acompañante

- Es cierto dijo el monarca ¿Pero qué ha ocurrido con aquellas voces que sentíamos recién? volvió a inquirir. ¿Hacia dónde se han ido?

- Empezaron a desaparecer apenas abrimos la puerta majestad. Aparentemente el hecho de tenerla cerrada con los años provocaba un efecto de resonancia. Y ya ve usted, ahora no están.

- ¿Y ahora qué debemos hacer mi fiel sirviente?

- Creo que ya está majestad. Lo hecho , hecho está y en buena hora
El rey se sentía mucho más tranquilo, admirado por el efecto multiplicador que una simple luz provocaba en aquella habitación llena de espejos y sin los estruendos subterráneos.

Así las cosas ambos subieron hasta el salón principal del castillo. Y desde entonces, quién sabe cómo, la voz se corrió. Se hablaba de una hazaña. Afuera nadie sabía cómo el rey había aplacado aquel fenómeno. Pero lo había conseguido. Era un secreto que sólo compartía con su fiel sirviente. Desde entonces fue aun mucho más respetado.

Transcurrido ya bastante tiempo , un día al rey se le ocurrio preguntar a su ya anciano lacayo ¿Cómo lo había hecho para superar sus miedos?

Y él respondió:

- Majestad, para mi es suficiente con mirar el sol.